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Tras la línea de boyas amarillas: de vigilar las playas de Dénia a salvar vidas en el Mediterráneo

10 de abril de 2022 - 00:47

Son muchas las generaciones de jóvenes que han trabajado en las playas de Dénia en su servicio de vigilancia y socorro. Algunos de ellos lo vivieron como una buena oportunidad con la que ganar dinero en vacaciones, pagar con él sus estudios y poder acabar dedicándose a lo que en el fondo querían. Otros, en cambio, descubrieron en la playa una vocación, la de ayudar a las personas que por sí solas no se valen en el mar. Nuestras playas son relativamente fáciles de vigilar: que nadie se ahogue dentro de la zona de bañistas (200 primeros metros). Pero, cuando llevas bastante tiempo, te acabas preguntando quién vigila y salva a los que están más allá de la línea de boyas amarillas.

Ricard Llompart es uno de esos socorristas nuestros a cuya solidaridad le falta aire en tan solo 20 kilómetros de playa. Con 18 años se sacó el título en la Cruz Roja de Dénia que le ha permitido participar en una decena de temporadas, tres de ellas como responsable de puesto, vigilando a aquellos que se adentran en nuestro litoral. Descubrió su vocación, el mar, trabajando sobre las sillas de proximidad, por lo que decidió seguir formándose en socorrismo y, al mismo tiempo, lograr la titulación de patrón de altura.

Fue con la crisis migratoria resultante de la guerra del Estado Islámico contra Siria cuando se dio cuenta de que el Mediterráneo no eran solo los primeros 200 metros que vemos desde la playa. Y que tras la línea de boyas había más gente que precisaba ayuda, y mucha menos dispuesta a prestarla.

El 13 de febrero Ricard se subió al Open Arms, barco cuya trayectoria no precisa de presentación. Como socorrista de la ONG catalana ha podido llegar a unas distancias de las playas habituales que no se pueden medir ni por kilómetros ni por millas. Un mundo totalmente diferente.

Su misión le llevó a la costa de Libia, punto actual por el que más personas se adentran al Mediterráneo. En ella han actuado durante mes y medio, siempre a 30 millas de tierra con tal de evitar problemas legales, como incomprensibles penas por tráfico de personas. Hay demasiada gente interesada en que cesen su actividad este tipo de ONGs y gozan de una injusta legislación que ahoga, literalmente, a gente que necesita ayuda.

Estas acusaciones también les llegan de ciertos sectores de la política que les señalan como mafias, sabiendo que es falso. Es algo que al mencionarlo indigna especialmente al socorrista, por lo que nos cuenta cómo actúan las verdaderas mafias. Éstas cobran hasta más de 1.000 euros a personas necesitadas (ahorros de toda una vida) para darles una plaza en unas barcas sin casi ninguna medida de seguridad. Esta gente decide enfrentarse al mar porque en tierra lo que han encontrado es guerra, hambre y persecución (muchos por su orientación sexual). También cada vez son más los llamados refugiados medioambientales, que huyen de las zonas que más padecen las consecuencias de la contaminación (sobre todo la de occidente).

Otros muchos se lanzan en busca de una orilla mejor a la suya. «Creen que estarán mejor en Europa, pero la mayoría de veces es falso». Cuando llegan se encuentran con la dura realidad de que la vida va a ser incluso peor, sufriendo, además de precariedad, poca acogida y mucho racismo.

La dura tarea de evitar que la gente se muera buscando una vida mejor

«Me gustaría recalcar una cosa. La gente del mar tenemos una ley (moral y no moral, porque es una ley) por la que no podemos omitir socorrer a alguien que esté en riesgo. Si te llega un aviso por radio de que hay gente cerca tuya pidiendo ayuda, tienes el deber legal y moral de ir a socorrer y asistir esas personas. Nosotros no estamos ahí para que la gente tenga una mejor vida, estamos para que no se mueran en el puto Mediterráneo».

Una vez son rescatados del agua, estos refugiados son llevados normalmente al puerto de Sicilia, donde estudian durante meses la situación de cada uno de ellos. Una vez en tierra su auxiliada tripulación, el trabajo de Ricard y sus compañeros ha terminado, pero en lugar de descansar regresan al mar en busca de más gente que necesite de su ayuda. No son más de una diez barcos los encargados de salvar tantas vidas desesperadas que se adentran en el Mediterráneo sin mirar atrás.

Dada la actualidad más reciente, con los países Europeos mostrándose más solidarios y propensos a acoger refugiados por la guerra que sufre Ucrania, no puedo evitar preguntarle si no se han mostrado más interesados por estas personas que migran por mar. Ricard deja escapar una risa triste que demuestra la cruda realidad: han construido fronteras entre gente que las ha perdido, habiendo creado distintas clases de refugiados (los que sí y los que no). «Todos los días muere gente y no pasa nada, porque son de por ahí, y eso no es así. Nadie debería quedarse en el Mediterráneo».

Estos días ha descansado en este lado de la línea de boyas, pero parte de él sigue en alta mar, asumiendo todo lo que ha vivido y que desde la torre de vigilancia de Dénia no era capaz de ver. Su descanso, no obstante, durará poco. Cada día se ven manos sobre el Mediterráneo que buscan otras a las que agarrarse. Y a Ricard le espera la próxima semana otro barco desde el que poder ofrecer la suya.

3 Comentarios
  1. Jude dice:

    taxista de negros

  2. Xelo dice:

    Este chico es un héroe..
    Y además una buena persona.
    Toda mi admiración y respeto para ti Ricard.

  3. Xelo dice:

    Este chico es un héroe…
    Y además, una buena persona.
    Toda mi admiración y mi respeto para ti Ricard!!


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