Sandra Monfort, la dedicación musical y el espinoso rosal bajo el escenario Sandra Monfort, la dedicación musical y el espinoso rosal bajo el escenario
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Sandra Monfort, la dedicación musical y el espinoso rosal bajo el escenario

23 de diciembre de 2023 - 08:00

«Haces música, ¿pero a qué te dedicas?». Es el comentario constante al que muchos artistas se enfrentan. Es el comentario al que Sandra Monfort, por ende, se enfrenta. Y Sandra se dedica a la música. Pero lo que es hacer, hace mucho más.

Sandra está en plena promoción de su nuevo disco, La Mona, pero saca un hueco para atendernos. El hueco es a las 13:00 de un día laboral en el centro de Dénia. Y viene en un coche que tiene que aparcar. Es decir, llega un poco tarde.

Durante más de una hora estamos charlando con ella, en todo momento atenta y predispuesta a abrirse tanto como lo ha hecho con su último disco. Es una gran conversadora y no duda al responder nada. No se esperaba que le tocara una breve sesión de fotos, pero posa con la habilidad de quien se ha enfrentado ya a muchas cámaras. Sandra Monfort es una artista.

La semilla musical

La música forma parte de su vida desde siempre. Su interés despierta con 6 años, cuando sus padres la apuntan a la Escola de Música de Pedreguer. Su primer coqueteo fue con el piano, su gran amor fue la guitarra. Pero esta larga relación siempre ha sido abierta, ya que la pedreguera hoy comparte lecho con cualquier instrumento que emita sonido para crear sus canciones.

Pronto comienza su formación en el conservatorio Tenor Cortis de Dénia, donde su camino se cruza con Concha Ballester, profesora que no solo la acompañó durante gran parte de su carrera, sino que gracias a ella hubo una carrera. «Me introdujo la semilla que hace que una tenga el motor para querer la música y querer aprender», cuenta una sonriente Sandra al rememorar sus inicios.

Desde entonces la guitarra siempre ha sido una extensión de ella y la música su vida. Acabó la carrera y empezó a trabajar en una escuela. Ya entonces la música le daba de comer, pero aun así había algo que le faltaba. «Necesitaba transformar el flujo creativo en algo y dedicar tiempo a ello». Fue entonces cuando decidió dedicarse a la música. Vivir con y de ella.

Marala y primeros pasos en solitario

En 2020 su carrera despegó con A trenc d’alba, disco con el que se dio a conocer Marala. Solo han pasado tres años y ya cuenta, tanto ese como su proyecto en solitario, con el reconocimiento unánime de la crítica y un enorme público fiel que la adora. Muchos éxitos en poco tiempo, lo que se puede malinterpretar como un camino de rosas. Pero las rosas, como ella misma canta, tienen sus espinas.

Tanto su anterior trabajo, Niño, reptil, ángel, como sus dos discos con Marala la han convertido en una gran experta de los escenarios y el panorama actual de una industria voraz y desagradecida, que está más pendiente de los likes que de la música.

Las dos Sandras: la de 'La Mona' y la de 'Niño, reptil, ángel'

La música, además de su medio de vida, se ha convertido en un ansiolítico. «Cuando estoy pensando, nerviosa, dolida, hundida, la música es un canal a través del cual puedo expresar toda la rabia que tengo, o todo el dolor, y transformarlo en algo bonito, que son las canciones». Esa transformación se advierte, además, en sus trabajos. Viene de un primer disco a priori más oscuro pero repleto de belleza. Lo compara con las profundidades de un océano, donde pueden haber seres monstruosos pero también peces de mil colores que resaltan cuando los rayos del sol se filtran desde la superficie. Con el disco quería dar luz a esos monstruos, mostrar la belleza de las cosas que consideramos feas. Hacer las paces con las vergüenzas. «Algunas mañanas me miro en el espejo y me veo fea, o acabo de decir una cosa y me siento estúpida. Todas estas cosas forman parte de nosotros y nos hacen sentir frágiles, pero son preciosas». Y Sandra quería dar ese espacio para abrazarlas.

La Mona huye de las profundidades, volando junto al sol, más cerca de la luz. En este último disco conocemos a una Sandra que está harta de los dramas y que prefiere enfrentarse a ellos sonriendo y bailando. Sigue abriéndose en canal con cada canción, y no todo es alegría. Sus temas tratan la venganza, la pérdida, el desengaño… pero los afronta en un momento en el que se siente fuerte emocionalmente, por lo que deja las lágrimas a la hora de narrarlos y apuesta por la ironía, el humor, y si entra una base electrónica, ¿por qué no?

Huye de los convencionalismos del folklore valenciano que guiaron su pasado y se permite tocar los géneros que le apetezca, con las mezclas que le apetezca. Es su disco, lo tiene claro. Lo que no quita que sea un trabajo que respira València por todos los lados, compartiendo pistas la copla y el pasodoble que escuchaba en la radio de la cocina de su abuela cuando era pequeña, con la València del chándal, la ruta del bakalao y el patinete eléctrico.

Un disco en el que lo ha dado todo de sí, también económicamente. «Yo me he entregado toda», suspira. Igual que hace en sus actuaciones. Porque ver a Sandra Monfort o Marala en un concierto es más que ir a escuchar, ver tocar y bailar música. «Estamos sirviendo de todo: vestuario, coreografías, discursos… ¿Quién se lo ha currado tanto? Los tíos no se lo tienen que currar tanto. El tío llega, hace la prueba de sonido, cena y con la misma ropa se sube a cantar. Y a mí me critican por subir en chándal».

La exposición al todo

No solo le toca lidiar con un momento en el que compiten en algoritmos de redes sociales, con un público que le cuesta ir a un concierto de patio de butacas en lugar de pista de baile, o con el tira y afloja de a ver quién tiene más dinero para sacar más videoclips que se reproducirán durante 5 segundos en la verticalidad de una pantalla de móvil. Además, le toca lidiar con todos los prejuicios que sufren las mujeres. Una cantante no puede ser mediocre, tiene que ser perfecta. «A las chicas se les critica cuando cantan normal, ¿y cuántos hombres hay sobre los escenarios cantando normal o fatal?».

Todo se les mira con lupa, admite, porque son mujeres disfrutando sobre el escenario. «Les da miedo ver mujeres haciendo lo que les da la gana». Pero no implica improvisación ni descuido, pues todo en sus directos está bien meditado y trabajado. «Para mí es una responsabilidad como artista ofrecer algo al público bonito».

Hubo un momento en el que la industria cambió y los conciertos y giras pasaron de ser el eje principal de los proyectos musicales a ser una excusa para sacar rendimiento económico a los singles de Spotify y videoclips de Youtube. Si es vendiendo camisetas del grupo para convertirse en una marca de ropa, pues vale. Pero no es el caso de Sandra Monfort. Quien va a uno de sus conciertos se va habiendo presenciado un espectáculo cuidado con mucho cariño. Con el baile entre la intimidad y la extravagancia que define su currículum.

Gracias a todo ello, y a la sonrisa perpetua que no esconde en ningún momento de la entrevista, ni a la hora de contar las penurias, ha logrado el retorno actual, los aplausos y premios que la acreditan como la artistaza que es.

Detenemos la grabadora con más de una hora de sinceridad registrada. Sandra se nota a gusto con la situación actual y con ganas de enfrentarse al vertiginoso inicio de gira. En febrero presenta en València y Pedreguer La Mona. A partir de ahí será un nuevo no parar que gozará como nadie, pues ha conseguido dedicarse a la música. «Me encanta mi trabajo. Hay cosas preciosas dentro de esto y no imagino mi vida dedicándome a otra cosa».

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