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El choque entre barriadas de Dénia que provocó la independencia de Baix la Mar: el nacimiento de Diana

04 de febrero de 2024 - 00:45

Las discrepancias entre los distintos distritos de una ciudad son inevitables. También en Dénia se ven estas grandes diferencias entre barrios que llegan a compartir alguna calle. Pero todos estos roces se vuelven anecdóticos en comparación al histórico desentendimiento que hubo durante la primera mitad del siglo XIX entre el barrio marítimo y el resto de la ciudad, el cual provocó la independencia del primero y la creación de un nuevo municipio abocado al fracaso: El Pueblo de Diana.

«Los de Dénia siempre hemos dicho: Dalt Dénia y Baix la Mar. Son las dos realidades», avanza el historiador Javier Calvo, quien ha dedicado gran parte de su trabajo a estudiar este periodo de la historia local y ahora nos ayuda a entender este llamativo suceso. La Dalt Dénia, nos cuenta, es aquella que ahora conocemos como el casco histórico, es decir, carrer Loreto y alrededores, Les Roques, la plaça de la Constitució y Valgamediós, donde estaba la puerta de tierra. El distrito marinero era una versión precoz de lo que ahora conocemos como Baix la Mar, integrado hoy en día completamente en el resto de la ciudad como un barrio más. Ahora bien, no era así entonces.

Durante las primeras décadas del siglo XIX el callejero no se compartía, Marqués de Campo todavía no estaba conectada al puerto, y había que salir de Dalt Dénia para desplazarse hasta Baix la Mar.

Esplendor portuario

La Dénia de entonces era una ciudad próspera, desde el punto de vista demográfico y económico. Tras acabar la Guerra de la Independencia Española, el municipio gozó de un gran crecimiento de población. Se calcula que en 1837 contaba con cerca de 3000 habitantes. Esto se debe en parte a la actividad portuaria, pues constantemente se realizaban exportaciones al resto del mundo tanto de pasa como de otros recursos agrícolas. Nuestro puerto era uno de los más importantes de la zona, el único natural entre Peníscola y Alacant, y estaba en plena ebullición.

Alrededor del mar se fue creando una sociedad paralela a la de la ciudad. El puerto estaba rodeado de almacenes, como cabe esperar, pero también acogía los hogares de casi un tercio de la población. Eran los trabajadores del puerto y sus familias, los «mareantes» según recuerda Calvo que les decían de forma prácticamente despectiva. Pero también eran en su mayoría los vecinos originales de Dénia, pues la parte alta había recibido a numerosas familias, muchas inversoras, que llegaron de fuera.

Las condiciones y los servicios de la barriada portuaria, eso sí, dejaban mucho que desear. Las marismas que rodeaban la zona eran grandes focos de infección, la gente enfermaba, y no disponían ni de médico para que se les atendiera. El último que ejerció antes del 37 en el lugar, de hecho, falleció completamente pobre. Era un barrio extremadamente humilde, en cuyos registros ha encontrado Calvo muchos cabezas de familia ocupados por niños de 13 años al haber fallecido el padre o haberse embarcado para trabajar de marinero.

¿Y por qué no vivir en Dalt Dénia, que disponía de mejores servicios, aun cuando la mayoría de familias eran originarias de la población? Por la muralla que les rodeaba, protectora de la ciudad pero también gran barrera que culminó la división entre vecinos.

Elegir violencia (o incertidumbre)

Dalt Dénia todavía seguía fortificada, con la gran muralla que abrazaba la ciudad y la protegía del violento exterior. La que permanece visible en Ronda Muralles, y da nombre, se extendía por la plaza Valgamediós, rodeando la ciudad prácticamente por avenida Alicante y La Via, y cerrándose a la altura de calle Diana.

Era una época convulsa, en la que ir de un municipio a otro sin un arma era jugársela. Demasiadas fricciones se resolvían con sangre, demasiados hogares tenían como principal motor económico el pillaje. La guerra, para colmo, era un continuo que hasta llegaba del extranjero por mar, pero tampoco la tierra se salvaba cuando en 1833 dio inicio la primera guerra carlista. Con tanto ajetreo se dormía mejor dentro de una muralla protectora.

La muralla, no obstante, tenía sus inconvenientes. Los portones de las entradas se cerraban cuando se acercaba la noche para impedir que todo lo que hubiera fuera entrara. Y aquellos que trabajaban en el puerto, cuyos horarios de faena y desplazamiento se extendían más allá de los de aquellas puertas, se las encontraban cerradas a diario. No tenían más remedio que levantar su casa fuera de la muralla, y así fue creciendo el barrio marinero, a orillas del Mediterráneo y cerca de donde cada día debían trabajar las familias.

Eran casas expuestas completamente a la incertidumbre y la desprotección del exterior, pero lo positivo es que también les evitaba el pago de los impuestos por la seguridad de vivir dentro de las murallas. De hecho, esto también animaba a las familiar más pobres a quedarse en lo que sería Baix la Mar.

Las dos realidades y su creciente distancia

Como cabe esperar, el constante crecimiento de estos dos núcleos distanciados creó dos sociedades con demasiadas diferencias, y ese espacio que les separaba, que no llegaba al medio kilómetro, cada vez se notaba más grande.

La economía de la zona marítima estaba basada en el mar, mientras que la ciudad vivía de la agricultura. Aunque había familias de toda clase en ambas partes, las pudientes vivían dentro de la muralla, mientras que fuera reinaba la pobreza. Los servicios igualmente se quedaron intramuros, careciendo los mareantes de médico, pero también de maestros (solo contaban con uno de primeras letras en aquel germen de Baix la Mar) e incluso de cura de almas. Hasta la fe se profesaba de forma distinta, pues la devoción del barrio marítimo era hacia santos relacionados con los oficios del mar, y a ellos dedicaban sus fiestas (algunas de ellas conservadas a día de hoy).

Todas estas diferencias ya culturales que se habían interiorizado, los agravios de vivir expuestos a las enfermedades y la violencia del exterior, la falta de servicios mínimos en sus calles, así como cierto desprecio que emanaba de la población intramuros hacia la que llamaban mareante, provocó una brecha difícil de sellar. Y, como decíamos, era un buen momento para el puerto, con un potencial comercial en auge del que poder sostenerse. Pronto los marineros unieron cabos, ¿por qué no independizarse para lograr los servicios por sí mismos y mejorar sus condiciones?

El origen de Diana

Ya eran dos municipios sentimentalmente separados. Dalt Dénia, con unos 2000 habitantes, y la actual Baix la Mar, con 900. Su futuro estaba sentenciado, por lo que cada núcleo siguió su propio rumbo cuando el 7 de agosto de 1837, nos anuncia el historiador Javier Calvo, la Diputación de Alicante acuerda, tras la petición de 40 vecinos de la Dénia marítima, otorgar la condición de pueblo a la barriada portuaria, siendo el nacimiento de El Lugar de Diana o El Pueblo de Diana.

Esto no fue el fin. Como sabemos hoy, Diana acabaría siendo reabsorbida, pero durante esos años la Dénia que conocemos se dividió en dos municipios para poder poner fin a sus diferencias y evitar que las fricciones fueran a más. No sirvió de mucho y el choque entre los dos pueblos se incrementó, culminando en la desaparición de uno de ellos.

3 Comentarios
  1. Jose Salvador Ronda Crespo dice:

    La historia, nos acerca más a la realidad vivida, seguimos el artículo, con ilusion

  2. Nieves Pamies dice:

    Siempre tan interesantes las historias que nos cuenta Javier Calvo. Muchas gracias por hacernos entender y conocer la ciudad en la que vivimos

  3. Miguel. dice:

    Magnifico articulo. Enhorabuena.


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